Llegar a Santiago siempre emociona; incluso aunque te hayan cambiado
la oficina de información al peregrino y ahora sea mucho más insulsa; incluso
aunque el camino se haya popularizado tanto que las colas interminables para
coger la Compostela te obliguen a hacer una última y sorpresiva etapa del
camino, “Santiago-Santiago”, quizá la más cansada de todas; incluso aunque
después de tantas horas de soledad descansando de los excesos consumistas esta
sea una ciudad tan agresiva, invasiva, atracante.
Pero emociona, llegar a la
plaza del Obradoiro y estar allí de pie un momento siendo el centro,
sintiéndote imán, y esperar a llegar a las arcadas del ayuntamiento para tirar
la mochila a un lado, sentarme y, entonces sí, levantar la vista para ver la
catedral…
Esta sí que está ahí viendo pasar el tiempo. Y los peregrinos. Y
viendo pasar el tiempo por los peregrinos que, como en mi caso, llegaron por el
francés siendo uno, volvieron por el mismo francés siendo otro, luego por el
inglés la única vez que vine acompañado, luego por el portugués, y esta vez, en
dos etapas, dos años más viejo, por el sanabrés.
Y rendirte al torrente
evocador: el frío y el calor, la lluvia y la sed, el hambre y los desayunos,
las cuestas arriba y las frambuesas silvestres, la plena consciencia de ti
mismo y de dónde acabas, y esa extraña
sensación de estar a punto independizarte del gran animal del que has formado
parte por unos días, de volver a estar solo, de dejar de ser una célula de esa
masa informe que se desplaza hacia Santiago.
Acaba el camino de Santiago y, allí mismo, empieza el camino.
Ya era hora.
ResponderEliminarEl cambio de oficina -yo hice mi primer Camino en 1991- fue una de las cosas que me decepcionaron. Me entregó mi compostela una voluntaria. Qué menos que un cura de reglamento.
Felicidades.
Qué menos, pero en fin...
ResponderEliminarGracias Bernardo.
Yo llegué también este año, 994 km en total. Al final sólo coincidimos en las etapas de La Gudiña a Orense pero fue agradable.
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